Lic. Tania Xochicale Corona
oru_elektra@hotmail.com
Quien poseía un libro impreso durante el periodo novohispano se consideraba
un lujo, debido a dos aspectos: el primero relacionado al ámbito económico y el
segundo, saber leer. Ciudadanos como: los comerciantes, eclesiásticos, artesanos,
funcionarios, militares y uno que otro campesino fueron los únicos en acceder a
un libro, algunos contaron con sólo uno y otros con más de 500 libros.
Es importante
mencionar que estos dos aspectos, fueron consecuencia de la situación comercial, geográfica y política que presentaba la Nueva España. Comenzando por el
aspecto comercial, el libro pasaba por varios intermediarios seguido de lo
geográfico factor que complicaba el traslado de un continente a otro y lo
político que delimitaba la introducción de ciertos temas, así como la
aplicación de leyes para la comercialización, además de otros factores. Debido
a la centralización del país la mayoría de libros llegados de Europa o bien
impresos en la Nueva España ,
se distribuían y compraban en su mayoría en las ciudades como México, Puebla,
Oaxaca, Veracruz y Guanajuato. Sin embargo, a pesar de las normatividades
comerciales e incluso reglas morales hubo la entrada de diversos temas como:
historia, religión, ciencia, vocabularios de lenguas, entre otros. En el caso
de temas relacionados con la política o de astronomía, se consideraron
prohibidos sin embargo entraron de contrabando a la Nueva España.
A partir de los registros sobre todo de inventarios
encontramos que no solo circulo y llego el impreso a las grandes ciudades sino
también a pueblos, villas y pequeñas ciudades, e incluso hay registros de quienes
contaron con bibliotecas grandes en dichos lugares. Un ejemplo es la biblioteca de Don Antonio Pineda Mina[1]
capellán de nuestra Señora de Ocotlán en Tlaxcala, que registró 97 ejemplares
en su acervo personal.
Dicho personaje perteneció al clero por lo tanto, cualquier
religioso sabía leer y tener fácil acceso para adquirir un impreso, incluso algunos
fueron maestros, abogados, médicos además de ocupar un cargo como curas, obispos,
inquisidores etc. Un estudio de la Dra. Cristina Gómez Álvarez refiere lo
siguiente: “los comerciantes formaron el
primer grupo como poseedores de libros y los eclesiásticos el segundo, seguido
de los funcionarios, dependientes, artesanos, militares, profesionistas,
campesinos, etc.”[2]
Que fueran el segundo grupo los clérigos, refleja no sólo la facilidad
económica para adquirir uno también el grado intelectual.
De los 97 ejemplares que tuvo la biblioteca de Don
Antonio, 64 fueron del ámbito religioso algunos títulos como: Verdadero método de estudiar para ser útil a
la Iglesia, Verdades Católicas: y explicación de la Doctrina Cristiana,
Ceremonias de la Iglesia, Devoto Peregrino y viaje de tierra Santa, Un día
lleno Devoto, Misa cantada, Sermones del Padre Lineri y Catecismo para el uso
de los Párrocos formaron parte de su acervo, temas sobre historias de santos, catecismos, sermones, oraciones,
guías para ser un buen devoto de la iglesia, de moral religiosa, ejercicios de
piedad, toda una gama de instrucciones y guías para ser un buen devoto de Dios.
De esta manera la iglesia influyó y educó en los monasterios, pero hubo otros
religiosos que a pesar de pertenecer al clero, ampliaron su conocimiento
científico en otras áreas como la medicina, política, astronomía y poesía,
originando una oposición a la forma de gobierno de la Nueva España , sin embargo
fueron pocos como el padre Fray Servando Teresa de Mier[3].
Siguiendo con el capellán, también conto con 3 libros de economía, 1 de
astronomía, 5 de historia, 4 biografías, en cuanto al resto de ejemplares no se
tiene más datos pero, de acuerdo al título, algunos son referentes a poesía,
literatura y vocabularios de lenguas como el latín, Mexicano, Francés y Portugués,
Durante la
segunda mitad del siglo XVII no podía faltar en las bibliotecas los libros
clásicos como Don Quijote de la mancha
de Miguel de Cervantes, Luz de verdades
católicas y explicación de la doctrina Cristiana del padre Juan Martínez de
la Parra y El Teatro Critico Universal de Benito
Jerónimo Feijoo. Don Antonio Pineda contó precisamente con un clásico del Padre
Juan Martínez de la Parra
con tres tratados siendo del tamaño de un cuarto[4],
es decir un libro pequeño. Referente a los datos registrados en el inventario,
el tamaño de un cuarto predomino en su biblioteca y sólo uno es de un
dieciseisavo, siendo el tamaño adecuado para traerlo consigo además de transportarse,
incluso se vendía en tiendas.
Por otro lado, la posesión de un libro no indicaba
que fuera leído, podría ser sólo un medio
para dar una imagen intelectual o poder económico. Así
como dicho personaje, es posible conocer más a fondo o tener otra perspectiva
de personas importantes a partir de la vida privada así como material, objetos como los muebles, libros, ropa
entre otros aportan información con el fin de conocer la posición ideológica,
política, cultural y económica de cualquier persona. Siendo una fuente
importante la lista de bienes anexa en el testamento.
[1] AHET, fondo colonia, siglo XVIII. (algunos testamentos tienen anexado
un inventario de bienes y es precisamente en estas listas donde se encontraron
dichos libros)
[2] Cristina Gómez Álvarez, Libros,
circulación y lectores: de lo religioso a lo civil, 1750-1819, en Transición y
cultura política. De la colonia al
México independiente, México, Facultad de Filosofía y Letras/ UNAM, 2004,
p. 27.
[3] Cristina Gómez Álvarez, “lecturas
perseguidas: el caso del padre Mier” en Laura Suárez de la torre y Miguel Ángel
Castro (coord.), Empresa y cultura en
tinta y papel, 1800-1860, México, Instituto de investigaciones
Bibliográficas-UNAM, 2001, pp. 297-313.
[4] El tamaño de un cuarto y
un dieciseisavo, fueron libros de bolsillo los cuales estaban entre los 20 y 30
cm de largo.
Es un hecho que los libros eran un privilegio de la élite, por ello, sería difícil hablar que a través de su rastro podemos saber qué se leía en una época, generalizando como si la sociedad fuera homogénea. Es un hecho, los textos sí influyeron en cierto actores sociales, actores que a su vez dirigieron masas, pero habría que pensar en qué leían, entendían, veían, o recibían los "de abajo", pues al final son ellos los que han protagonizado la mayoría de acontecimientos históricos.
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