La herencia arcaica del hombre no comporta
sólo predisposiciones sino también contenidos ideativos de las huellas mnésicas
que dejaron las experiencias hechas por las generaciones anteriores. Freud
Hace un par de semanas leí
un artículo sobre la historia de la felicidad y es sorprendente cuanto puede
cambiar un concepto en tanto –o tan poco– tiempo. En el texto unas palabras
llamaron mi atención: nuestros ancestros
medievales. Esta simple expresión me
dejó pensando en si realmente asumimos como nuestro el bagaje cultural e histórico
y aún más, a sus protagonistas. ¿De verdad sentimos empatía, consideración, afecto
o interés por personas que vivieron hace más de un siglo?
La
respuesta sin duda depende de muchas situaciones –y seguramente habrá multitud
de ideas al respecto– pero en general, más allá de los historiadores y de otros estudiosos del
pasado no observo ni un ápice de interés. Me parece también que es importante
observar en qué lugar se pone al pasado, si es en un espacio de añoranza y de
“lo mejor que me pasó” o como un tiempo de sufrimiento; de esto dependerá la
relación que cada persona tenga con el pasado su pasado y con el nuestro. Ya
que si las personas no se interesan por su historia familiar, mucho menos lo
harán por la historia de su región y no se diga del país, del continente o del
mundo. Sea o no así, lo que importa es cómo podemos generar en la sociedad un
vínculo con su pasado histórico.
En un intento de explicarme el “porque
no”, saltaron a mi mente las consideraciones de parentesco, pertenencia, otredad,
memoria y un largo etcétera. Sin embargo, la interrogante se quedó vagando hasta que casualmente llego a mis manos un
libro llamado ¡Ay, mis abuelos! Lazos
transgeneracionales, secretos de familia, síndrome de aniversario, transmisión
de los traumatismos y práctica del genosociograma (1988)
de la psicoanalista francesa Anne
Ancelin Schützenberger. Esta causalidad me devolvió la curiosidad y la llevó a
un lugar inexplorado.
En
esta obra Schützenberger nos acerca a los alcances de psicoanálisis, a través
del desarrollo y abordaje de la “terapia transgeneracional psicogenealógica
contextual”, que es un método terapéutico que incita al trabajo
con lazos familiares, enfocándose en la transmisión de valores y creencias a nivel inconsciente. Según los que la practican, conociendo estos datos se pueden solucionar conflictos psicológicos y enfermedades físicas a un nivel más profundo.
La autora nos da un repaso sobre su base teórica y metodológica. Como parte de ésta encontramos a Sigmund Freud quien en su libro Tótem y Tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos (1913) expresaba:
La autora nos da un repaso sobre su base teórica y metodológica. Como parte de ésta encontramos a Sigmund Freud quien en su libro Tótem y Tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos (1913) expresaba:
Postulamos la existencia
de un alma colectiva (…) [y, que] un sentimiento se transmitiría de generación
en generación vinculándose a una falta (de la cual) los hombres ya no tienen
consciencia ni el menor recuerdo.
Esta "alma colectiva" sería posteriormente retomada por Carl Gustav Jung, quien daría el nombre de "inconsciente colectivo" afirmando que en él se acumula la experiencia de lo humano, por lo que es innato y existe fuera de todo rechazo y expriencia personal.
Hacia 1948 surge la terapia familiar a raíz de las investigaciones
de Frieda Fromm- Reichmann, quien filma a pacientes esquizofrénicos y a sus
familias, integrando ambas partes en el proceso terapéutico.
En la década de 1960, Françoise Dolto y Nicolás
Abraham hablarían de la “transmisión transgeneracional” de
conflictos no resueltos (odios, venganzas), de secretos, de los patrones
de comportamiento y elección repetitivos, por ejemplo la profesión.
Jacob Levy Moreno encuentra
una forma de hacer visibles estas relaciones a través de lo que él llama átomo
social. Este se representa en una pizarra en la que es fundamental el orden y
espacio en que el sujeto examinado se sitúa y coloca a los miembros de su
familia, amistades, parejas, colegas, etc., ya que se ubicará a las personas a
una distancia particular según
cada relación. Con esto se pueden observar las filiaciones, los afectos y también
los quiebres o descontentos.
Para 1978, Henri Collomb propone la técnica
del genosociograma, misma que
permite una representación afectiva desde el árbol genealógico familiar,
tomando en cuenta características como: nombres, lugares, fechas, marcas y principales sucesos de vida
(nacimientos, bodas, fallecimientos, enfermedades importantes, accidentes,
traslados, ocupaciones, jubilación). Una especie de genealogía histórica, en la que se trataban
los vínculos familiares de manera más completa.
Ivan Boszormenyi-Nagy fue quien da los
conceptos claves para el transgeneracional. Argumenta que las relaciones son un
nexo mucho más significativo que los modelos comunicados, ya que a través de
estas los ancestros transmiten a la posteridad lo que fue su vida. Además
reconoce al individuo como un ser biológico y psicosocial cuyas reacciones
están determinadas tanto por su propia psicología como por las reglas del
sistema familiar, inicialmente.
Por su parte Schützenberger nos comparte su forma de abordar la terapia, en la que se propone analizar entre 7 y 9 generaciones -lo que equivale a la historia de al menos dos siglos-. Toma en consideración la reflexión y asociación de conocimientos psicológicos, sociológicos, económicos, históricos y artísticos para hallar la estructura, configuración, o patrón de la vida familiar y personal del paciente, en el contexto y en el lenguaje propio y respectivo. Un punto a favor es que ésta psicoanalista aporta ejemplos de su propia vida, facilitando el entendimiento del gran entramado que es la psique humana.
Por su parte Schützenberger nos comparte su forma de abordar la terapia, en la que se propone analizar entre 7 y 9 generaciones -lo que equivale a la historia de al menos dos siglos-. Toma en consideración la reflexión y asociación de conocimientos psicológicos, sociológicos, económicos, históricos y artísticos para hallar la estructura, configuración, o patrón de la vida familiar y personal del paciente, en el contexto y en el lenguaje propio y respectivo. Un punto a favor es que ésta psicoanalista aporta ejemplos de su propia vida, facilitando el entendimiento del gran entramado que es la psique humana.
Este libro fue todo un descubrimiento para
mí. Sumergirse en el universo del inconsciente es alucinante y sobre todo poder comprender estos procesos intangibles y sus repercusiones individuales y sociales. Pero este análisis me sobrepasa y aún al
término de esta lectura, me encuentro sin una propuesta y con muchas más
inquietudes, aun así creo que el ejercicio funcionó. Primero porque me di
cuenta que nunca antes tomé la atención debida a mi pasado familiar, por lo que
ahora estoy en el proceso de unir las piezas, de buscar los faltantes, y de restaurar
lo que sea necesario. Después porque observé que esta es una manera para
demostrar que el pasado no es un ente ajeno, no es algo muerto, sin importancia,
sino que además de mirarlo en documentos, en edificaciones o en objetos, está
también dentro de nosotros en una memoria biológica y psicológica ancestral.
Esta perspectiva del pasado y de la historia
nos apunta a que existe una conciencia colectiva de la que tendríamos mucho que explorar y reconocer. Finalmente dejo abierta la reflexión y propongo que revisen la obra.
Elvira
Elena Vázquez Chacón
Licenciada en Historia
“Sin título”, imagen
publicada en publicdomainarchive.com,
citada por Hatt Jobbs, 11 de noviembre 2014.