Javier, era un hombre alto y recio. Su piel
morena resaltaba los ojos verdes que había heredado de su madre, tenía dientes
blancos y parejos. Contrario a esa pulcritud, su cabello oscuro se entrelazaba
en rizos despeinados que le daban un aspecto enmarañado y sucio. Le decían “Torero”,
aunque era un paria su aspecto viril denotaba una personalidad fuerte, decidida.
Caminaba con tanta rectitud que parecía exagerada; ésta singularidad le había
valido el apodo. Siempre estaba mirando de frente, era un ser analítico y sus
ojos claros, como un vaivén continuo lo observaban todo; principalmente a las
mujeres jóvenes. Javier, era una persona hermosa.
Llevaba caminando un buen rato desde que se había adentrado a la penumbra del cementerio local. La luna, envuelta en una fría oscuridad, parecía ser su única testigo. Sintió inquietud y metió la mano en la bolsa de su roja chaqueta desgastada, buscó el rosario que le obsequiaron los trabajadores del comedor público y lo estrujó para tranquilizarse, recordando los rezos que le enseñaron para antes de comer. Le gustaba ir allá por los platos de colores en que servían la comida, eran muy parecidos a los que tenía su madre.
Llevaba caminando un buen rato desde que se había adentrado a la penumbra del cementerio local. La luna, envuelta en una fría oscuridad, parecía ser su única testigo. Sintió inquietud y metió la mano en la bolsa de su roja chaqueta desgastada, buscó el rosario que le obsequiaron los trabajadores del comedor público y lo estrujó para tranquilizarse, recordando los rezos que le enseñaron para antes de comer. Le gustaba ir allá por los platos de colores en que servían la comida, eran muy parecidos a los que tenía su madre.
El vaho que exhaló se perdió
entre el aire gélido que al aspirarlo le provocaba ardor en las fosas nasales,
en el hombro cargaba un costal con una pala, un pico y una linterna. Se detuvo
y soltó el costal, estaba frente a la tumba y pensó que su elección había sido
obra del destino. Un día antes, bajo el sol de mediodía, se había recostado
sobre una tumba para beber el trago diario mientras observaba el entierro de la
joven. Fue un infarto, debiste verle la piel amoratada; le oyó decir a unas
señoras que pasaban junto a él.
Entre la negrura de la noche
comenzó a aflojar la tierra con el pico, sus músculos se tensaron por el
esfuerzo, su corazón se aceleró con cada golpe dado al suelo. El Torero trabajaba
esporádicamente como enterrador así que el trabajo no se le dificultó, después
de cavar un rato alcanzó a golpear la tapa del ataúd. Al abrirlo se liberó el
aroma del formol y sintió embriagarse con el perfume de la mujer que tenía
enfrente. Colocó la linterna en la esquina del ataúd y la encendió alumbrando
el rostro de la joven.
Al verla sintió ternura, sus
rasgos finos poseían gracilidad, parecía dormir tranquila. Se parece bastante a
ella, pensó. Acercó su mano al pecho de la joven y le pareció sentir un palpitar
acelerado. No estaba demasiado maquillada, eso le gustaba porque podía ver el
pálido color de su piel, el violeta de sus labios rígidos.
Se deleitó con lo que para él
era una suave boca, la mujer no objetó nada ante el primer beso y entonces
siguió besándola suavemente. Pasó sutilmente su lengua sobre los labios, sentía
que en cada beso aceptado la joven le otorgaba una parte de sí misma. No podía
haber mujer más bella para él, la paz que poseía lo estimulaba. Ella llevaba
puesto un vestido púrpura, viéndola tan elegante pensó que sin duda alguna se
había arreglado para él. Desabotonó el vestido cuidadosamente y la desnudó, acarició
el cuerpo blando, pasó sus dedos ásperos por la fría piel y sintió un calor
intenso que se transmitía cada vez más fuerte. Besó cada centímetro de ella, absorbió
cada partícula de su esencia.
Conforme la acariciaba fue
descubriendo las ramificaciones de venas amoratadas, se parecían a los botones
florales de primavera que al abrirse se convierten en ramilletes, de esos que
se les dan a las amadas. Le dio un beso a cada marca. Al llegar a la cintura la
acarició, sacó una licorera de su saco y vertió el contenido sobre el vientre,
le excitaba lamer el alcohol de esa parte. Al hacerlo entonó la melodía que su
madre le cantaba para dormirlo antes de recibir a sus clientes. También a ella
le besaba los moretones que algún hombre dejaba como recuerdo de superioridad y
para hacerle saber que ella sólo era un objeto.
Una urraca voló de entre las
ramas de un sauce llorón, sin inmutarse observó de nuevo a la joven, besó con
más fuerza el blanco vientre pensando en que era un exquisito manjar. Ya no
podía detenerse, la miró como pidiéndole la entrega definitiva y en su silencio
leyó su aceptación. Alzó las delgadas piernas femeninas y las dejó caer a los
costados, sonrió al ver la invitación que ella le hacía para probar de la
cavidad de néctar lechoso.
Mientras la penetraba, pensó: Esto
es amor, lo sé. Porque en cada beso y caricia, en cada palabra que no te digo
te estoy amando como a nadie. ¿Lo sabes verdad? Sabes que al hacerte el amor
estás rezando conmigo, pidiéndole a Dios que nos vea como ve a sus ángeles. Y
nos mira, yo lo sé, porque cuando estallamos de placer él nos bendice.
El cuerpo muerto pareció
moverse, Javier adoró que ella se estremeciera por estar con él. Lentamente el
cielo comenzó a cambiar de coloración, alzó la mirada y pensó que las
variaciones violáceas del cielo eran como el cuerpo de su amante. Supo que
debía irse y la vistió con el mismo cuidado con el que la había despojado. Sólo
le puso una zapatilla porque la otra serviría para recordarla, tal y como lo
había hecho con sus otras mujeres. Besó la violeta que había cortado para ella
y la dejó sobre el pecho. Cerró el féretro.
El sol cubrió su cara como un
manto, Javier llegó al comedor de la iglesia y recargó sus codos en la mesa,
cerró los ojos. Con el rosario en las manos comenzó a rezar una plegaria.
Olfateó la comida insípida que tenía enfrente, sus ojos tuvieron un brillo
extraño y sonrió confiado, se la habían servido en el mismo plato purpúreo de
la vez pasada.
Nathaly Varela Baltierra
femme_fossil@live.com.mx
Autor: Takato Yamamoto
Para saber más sobre su obra visita
http://www.yamamototakato.com/
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*Relato ganador del Primer lugar en la categoría de Cuento del festival La muerte tiene permiso 2013, bajo el seudónimo de Nina Buko.
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